jueves, 4 de noviembre de 2010

1991 y lo que te rondaré, morena.

Rondamos ya los 19 y sabemos lo que es ser una generación mirada por un tuerto. Las ratas de laboratorio, los conejillos de indias de la educación española.

Sí, somos hijos de la LOGSE, la LOCE y la LOE. Ellas nunca fueron grandes madres, pero han sabido educarnos a hostias. Hemos sido de los primeros en probar Bolonia, ese “adorable” cóctel molotov, el "quieroynopuedo" por excelencia. Y lo más curioso de todo es que no hemos salido analfabetos, oye. Es más, un alto porcentaje, mucho mayor de lo que muchos creen, nos interesamos por saber, por empaparnos de todo.

Salimos hace un año del “cole” para meternos en esa especie de Auschwitz improvisado llamado Plan Bolonia, o más finamente “Espacio Europeo de Educación Superior”. Ahora nuestra vida se ha convertido en una ponderación continua, estamos jodidamente asfixiados en un mar de porcentajes donde la línea que separa la asistencia a clase y el aprobado es tan fina que prácticamente no existe.

“Ya verás, la universidad no tiene nada que ver”…. Sí, efectivamente, también somos una generación que ha crecido engañada. Siempre con promesas infundadas, presagios de algo que nunca llegaría: la idílica vida universitaria de las películas americanas. El pastel se descubrió cuando los trabajos grupales llegaron a nuestros días, a nuestras casas, a nuestros ordenadores y a nuestras más crueles pesadillas.

Tenemos algunos de los mayores traumas que pueda tener una persona: vimos a Carmen Sevilla presentar el Telecupón, a Tamara/Yurena/Ambar cantar el “No cambié” con Leonardo Dantés, Paco Porras y Tony Genil, al Padre Apeles en Moros y Cristianos, a Boris Izaguirre desnudo en Crónicas Marcianas, al Pozí vestido de folclórica, a Ana Obregón haciendo de niñera, a Yola Berrocal aumentando cada mes su talla de sujetador, a Carmen de Mairena y sus gestos lascivos, a los mayores despojos humanos que hayan podido pasar por “El Diario de Patricia”, a Marujita Díaz y Parada desnudos en su reportaje en un yate… Es pensarlo y el miedo me invade.

Pero ¿qué me dices si te digo esto?: hemos vivido las 12 ediciones de Gran Hermano, las 7 de Operación Triunfo y las 4 de Fama, todos los capítulos de Al salir de clase, Nada es para siempre, Siete Vidas, Aquí no hay quien viva, Los Simpsons, Padre de Familia… incluso recordamos vagamente Farmacia de guardia y Hostal Royal Manzanares. Tenemos nuestras estanterías llenas de los libros del Barco de Vapor, Harry Potter, El Señor de los Anillos, Memorias de Idhún  y la saga Crepúsculo al completo (sí, esa que molaba antes de convertirse en un pegajoso fenómeno adolescente).

En nuestra época los dibujos eran eso, dibujos. Oliver y Benji, Mazinger Z, Dragon Ball, Pokemon, Digimon, La banda del patio, Doraemon, El inspector Gadget… nada de Pocoyó y Tarta de Fresa, que así salen ahora los niños, deficientes.

No berreábamos por los Jonas Brothers ni alabábamos a Hanna Montana… siempre fuimos más del Príncipe de Bel Air y Steve Urkel.

Somos intemporales, veneramos La Movida de los 80 más que mismísima Alaska y nos sabemos el “Sufre Mamón” de pé a pá, que para algo estuvimos años ejercitando nuestra memoria con el listado completo de los Pokemon.

Hemos aguantado de todo, hemos sobrevivido y llevamos equipada una especie de coraza protectora que hace que no le tengamos miedo ni al mismísimo Voldemort. 

No somos de nadie, el futuro es nuestro. 

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